Botaba las cosas a mi alcance de puro exceso
de energía,
por querer ocuparlas,
alcanzarlas.
Volteaba los copas con los restos de vino,
soplaba las cenizas con la furia de mi vestido.
Tropezaba con la escoba junto a la pala,
mientras mi chaleco se atascaba en la manilla de la puerta.
Entre el desastre que debía componer y el que causaba,
me situaba automática.
Deshaciendo y remendando.
Encendida, luego apagada.
Un poco disfuncional.
Y no paraba, aunque la fiesta hubiera acabado temprano.